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LA ENEIDA

la Pristis la ha pasado, ó ya la grande Centauro la deja atrás vencida, ó ya ambas con pareadas proas, corren iguales, dejando sus cascos largos surcos en las saladas aguas.

Ya se acercaban á la roca y llegaban al término, cuando Gias que iba delante triunfante en la alta mar, grita á Menestes, piloto de su nave: "¿Por qué vas tan à la derecha? Dirije hacia acá tu rumbo, acércate á la costa de la roca y deja que las palas rozen los escollos de la izquierda, que otros vayan por lo profundo del mar".

Dijo, pero Menestes, temiendo ocultos peñascos, vuelve siempre la proa á lo hondo de la mar. Entonces Gias, segunda vez, le dice á gritos: "Menestes! ¿A dónde vas tan apartado? ¡Dirijete al peñasco!” En ese momento mira á Cloanto á su espalda, que ya le alcanza, dirijiéndose á lo mas inmediato de la roca. Él, metiéndose estrechado entre la nave de Gias y la bramante Peña, pasa la nave que iba delante. Dejando atrás la señal, boga ya sin cuidado. Entonces un agudo dolor inflama hasta los huesos del joven Gias, y las lágrimas corren por su rostro. Olvidado de su propio rango y de la salud de sus compañeros, arroja al mar con violencia desde la alta popa al anciano Menestes, y haciendo de piloto y comandante, toma él mismo el timon; le vuelve hacia el peñasco anima á los marineros. El viejo Menestes salido al fin con trabajo, desde el profundo fondo, destilando agua de sus empapadas ropas, se dirije á la