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LIBRO QUINTO

oro y púrpura, resplandecian hasta larga distancia. Los jóvenes marineros se coronan con gajos de álamos, y sus desnudas espaldas brillan frotadas con aceite. Se sientan en sus bancos, tendidos ya los brazos sobre los remos y atentos esperan la señal. El temor de la ignominia que los ajita y el ardiente desco de gloria, hace palpitar sus ansiosos corazones y los tiene sin aliento.

Luego que la sonora trompeta se hizo oir, todas las naves al punto se lanzan desde sus puestos. Los gritos de los marineros hienden los cielos; la mar se cubre de espumas, revuelta por los nerviosos conductores. Trazan en ella otros tantos surcos, y todo el piélago se entreabre removido por los remos y por los rastros de las proas de tres órdenes de dientes.

No tan rápidos salen los carros de la barrera en el certámen del circo y se lanzan á la lid; ni tan ardientes los Aurigas inclinados sobre los caballos los apuran y agitan las flotantes bridas, levantando los brazos para azotarlos.

Los bosques vecinos resuenan con los aplausos y murmullo de los espectadores, que exortan á los combatientes. Las voces se repiten á lo largo de las riberas, y hendidos los collados retumban con los gritos. Gias en medio de las aclamaciones y del bullicio, pasa á los otros deslizándose por las delanteras ondas. Le sigue Cloanto mas fuerte en remos, pero lleva una nave mas pesada por su maza. Tras de ellos y á igual distancia, la Pristis y la Centauro se esfuerzan en ganar el primer lugar. Ya