Página:La Eneida - Dalmacio Velez Sarsfield y Juan de la Cruz Varela.pdf/192

Esta página no ha sido corregida
191
LIBRO CUARTO

y enfurecida sube á la alta hoguera, y desenvaina la espada del Dárdano, presente de ella para mejores usos.

Luego que miró allí los vestidos Troyanos y el conocido lecho, se entregó un momento á sus lágrimas y á su amarga memoria. Se inclino en la cama y solto estas últimas palabras: "Dulces prendas, cuando Dios y los destinos lo permitieron! Recibid aquesta mi alma y libertadme de estos tormentos. He vivido y he llenado la carrera que me señaló la suerte, y ahora mi grande sombra descenderá á los abismos. Fundé una ciudad famosa y vi levantadas sus murallas. Vengué á mi esposo y castigué á mi desnaturalizado hermano. ¡Feliz! ¡ay! demasiado feliz, si jamás las naves Troyanas hubieran tocado Questras riberas! ” Dijo, é imprimiendo su rostro en el lecho añadió: “¡Moriremos sin venganza! si, muramos.

De esta, de esta suerte quiero bajar entre las sombras: que el cruel Troyano desde la alta mar mire con sus ojos esta hoguera, y lleve consigo el presagio de mi muerte".

Había dicho y sus sirvientes la ven en ese momento caida, atravesada por el hierro: ven la espada y sus manos cubiertas de espumosa sangre. Dolientes gritos se oyen en los soberbios atrios. La fama esparce al punto la nueva por la ciudad y la llena de confusion. Resuenan en todas las casas los lamentos, los gemidos y los ayes de las mujeres. El éter retumba con sus grandes y lúgubres clamores, y como si todo Cartago ó la antigua Tiro se asolara por enemigos que la hubiesen tomado y