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LA ENEIDA

arranco de la vaina su centelleante espada, y con un golpe del cortante acero rompe el cable. En los demás igual ardor se enciende: alzan todo lijero y corren á los buques. La ribera se retira, el mar ocúltase bajo de las naves, los empeñosos remeros azotan las espumosas ondas volando por la azulada llanura, Y ya la aurora dejando el dorado lecho de Titon derramaba sobre el mundo los primeros albores, cuando la Reina al blanquear el dia, desde las alturas de su palacio advirtió que la ribera y el puerto estaban solos sin ningun marinero, y ve que la flota se iba alejando á velas desplegadas. Entonces golpeándose tres y cuatro veces con la mano su hermoso pecho y arrancando sus rubios cabellos: "¡Ah Júpiter! esclama, ¡Se irá, pues, él! ¡Y un extranjero'me habrá burlado en mi mismo imperio! Y no toman las armas, y de todas partes del pueblo no salen å seguirlo? ¿Y no sacan las naves de los arsenales? ld, soltad las velas, batid los remos y llevad pronto las llamas. Pero qué digo? ¿Dónde estoy? ¿Qué frenesi enajena mi alma? ¡Desdichada Dido! ¡Ahora te lastiman tus crimenes! entonces te convenia sentirlos, cuando tú lo hacias señor de ti y de tu pueblo. Hé ahí ese brazo, esa fé tan alabada! Hé ahí el que dicen que lleva consigo los Dioses patrios, al que se encorvo para recibir en sus hombros á su padre abrumado por la edad! ¿Y no puedo tomarle y despedazarle y esparcir sus miembros en las ondas? No puedo