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LA ENEIDA

cerse su furioso amor, y fluctúa en la borrasca de sus iras. Revuelve en su corazon mil pensamientos y asi discurre: "¿Qué haré, pues? A mi turno despreciada, ciré á buscar mis primeros amantes? Imploraré la mano de los Nómades á los que tantas veces habia desdeñado por esposos? ó seguiré las naves Troyanas y me somelere á todas las órdenes de los Teucros? Ciertamente que debo aplaudirme de haberlos aliviado con mis favores; y bien han recordado los beneficios que antes les hice! Y aunque quisiera hacerlo, quién me lo permitiria? ¿Quién recibiria en las soberbias naves una mujer que les es odiosa? ¡Ah desgraciada! No sabes, no conoces todavia los perjurios de la raza de Laomedon? Qué haré entonces?Sola, acompañaré á los viajeros triunfantes con mi fuga? ¿O los perseguiré con todos los Tirios, y con todos mis buques cargados de los mios? Ya los que apenas pude arrancar de la ciudad de Sydon á los llevaré otra vez á la alta mar y los obligaré á abrir las velas á los vientos? Mejor es morir como tu lo has merecido, y que el hierro termine tus penas. ¡Tú, hermana mia! vencida por mis lágrimas, fuiste la primera que sobre tu delirante hermana amontonaste estos males y me entregaste á un enemigo. Por qué no me ha sido permitido, libre del vínculo del matrimonio, vivir en mis amores sin crimen como las fieras, y no sentir tan amargos pesares? ¡Muero sin haber guardado la fé prometida á las cenizas de Siqueo!”