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LA ENEIDA

El piadoso Eneas, conmovida su alma por un inmenso amor, suspiraba tiernamente; y aunque deseaba calmar á la dolorida Dido y consolarla con sus palabras, cumple sin embargo las órdenes de los Dioses y vuelve á visitar la flota. Entonces los Troyanos redoblan su ardor. Las altas naves descienden de las riberas y los cascos embetunados nadan en el agua. Traen de los bosques remos aún con ramas y hojas, é informes maderos para huir cuanto antes. Se les veia correr de todas partes de la ciudad para salir de alli; como las hormigas cuando previendo el invierno, asaltan un gran monton de trigo y lo llevan á ponerlo en sus moradas: el negro batallon atraviesa los campos llevando el botin por entre las yerbas en estrecho camino; las unas cargadas sus espaldas con enormes granos sc avanzan apenas; otras aguijan á la multitud, castigan á las perezosas, y toda la senda hierve con la presurosa obra.

Cuáles eran oh Dido! las impresiones que sufrias, cuando tales cosas mirabas? Cuántos suspiros lanzabas, cuando desde tu alto alcázar veias hervir por larga distancia toda la ribera, y ante tus propios ojos ajitarse todo el mar con tantos gritos?; Injusto amor! ¡A qué no obligas el pecho de los mortales! Ella se vé precisada á recurrir otra vez á sus lágrimas, otra vez tentar el ruego, y suplicante rendir su fiereza á su amor, para que nada quede por hacer, aunque en vano, antes de morir. " Ana, le dice, tú ves apresurarse todo en la ri-