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LIBRO CUARTO

Romano y el imperio de Italia". Hablando así el Dios Cileno deja la humana semejanza al medio del decir, y bien lejos se pierde de vista en los sútiles aires.

Eneas con aquella vision quedó turbado y sin sentido: el espanto eriza sus cabellos y su voz expira en la garganta. Atónito con tal precepto y con la orden absoluta de los Dioses, ansia por huir y dejar aquellas dulces tierras. ¡Ah! qué hará? ¿Con qué palabras se atreverá á anunciarselo á la Reina, frenética amante? ¿Por dónde comenzar? Ahora un pensamiento, luego otro, tienen incierto su ajitado espíritu. Vaga en diversos proyectos y ninguno adopta. Al fin su dudosa alma hallo un partido que le pareció mejor. Llama á Mnesteo y á Sergesto y al fuerte Cloanto, y les ordena que en secreto preparen la armada, que hagan ir á sus compañeros á la ribera; que apresten sus armas y oculten el motivo que causa esta novedad. El, mientras que la noble Dido ignora su designio y no espera ver rotos amores tan grandes, buscará el lugar mas oportuno, la ocasion mas favorable para hablarle y el modo mas diestro de decirselo. Todos alegres obedecen cuanto antes la orden, y ejecutan lo mandado.

Mas la Reina, que aunque segura, sospechaba de todo, (¿quién puede engañar å una amante?) presintió el doloso proyecto y la primera advirtió los movimientos que se preparaa. La misma impia Fama le hizo saber á la apasionada amante que la flota se armaba y que dispo-