Página:La Eneida - Dalmacio Velez Sarsfield y Juan de la Cruz Varela.pdf/175

Esta página no ha sido corregida
174
LA ENEIDA

precipitan los rios, y su horrida barba està erizada de hielo. Allí el Dios Cileno, balanceándose en sus dos alas, se paró un momento y luego con todo su cuerpo se arrojó impetuoso sobre las ondas. Cual ave que con humilde vuelo va rayendo los mares, las riberas y los peñascos cubiertos de peces, tal el hijo de Cileno dejando à su abuelo materno, cortaba los aires y volaba entre el cielo y la tierra hacia las costas arenosas de la Libia.

Asi que puso sus aladas plantas en las cabañas vecinas de Cartago, mira á Eneas fundando la ciudadela y nuevas habitaciones. Colgabale una espada con estrellas de rojo jaspe: su manto pendiente de sus hombros resplandecia con la púrpura de Tiro; presentes que la generosa Dido le habia hecho, y cuya trama ella habia entretejido con hilos de oro. Al pronto llégase á él y le dice: "¿Ahora tủ echas los cimientos de la soberbia Cartago, y entregado á una mujer ¡ah! le construyes una hermosa ciudad, olvidado de tu imperio y de tus destinos? El soberano mismo de los Dioses me manda aqui desde el brillante Olimpo: el mismo que segun su voluntad hace rodar los cielos y la tierra, me ordena traerte estas ordenes por los lijeros aires. ¿Qué haces? ¿Qué esperanza te tiene ocioso en las tierras de la Libia? Si no te inflama la gloria de porvenir tan grande, ni te alienta para las fatigas tu propio honor, atiende á lo menos á la futura grandeza de Ascanio, y á la esperanza de lulo tu heredero, al cual están prometidos el suelo