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LA ENEIDA

roca y hacer nadar en sangre el pavimento. Yo le vi devo rar esos miembros que aún destilaban negra sangre y palpitar esas carnes tibias bajo sus dientes. Pero no quedo impune. Ulises no pudo sufrir aquello, y en caso tan dificil el Rey de Itaca mostro ser siempre el mismo.

Pues asi que repleto de comida y embriagado tendió en la cueva su inmensa mole, y reclino cabeza arrojando sangre corrompida y pedazos de carnaza mezclada, durante el sueño, con sangüaza de vino, nosotros, invocando á los grandes Dioses, y colocados por suerte caimos á un tiempo de todos lados y enterramos una asta aguda en su ancho ojo, único que tenia en su torva frente, semejante á un escudo Argivo, ó al disco del Sol; satisfechos al fin de haber vengado las sombras de nuestros compañeros. Pero vosotros, desgraciados, huid, huid, cortad las cuerdas de la ribera; pues tal y como el mismo Polffemo cuando encierra los ganados lanares en la concava cueva y estruja sus ubres, cien otros terribles Ciclopes andan esparcidos en estas curvas riberas ó vagan por los altos montes. Tres veces he visto cerrarse los cuernos de la luna desde que paso la vida en los bosques, en las sendas y cuevas abandonadas de las fieras; viendo desde una gruta los inmensos Ciclopes y temblando al oir su voz y el ruido de sus pasos. Mi miserable comida son las vainas de árboles silvestres; los gajos del coronillo me dán sus duros frutos, y me alimento con las raices de las