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LA ENEIDA

LA.ENEIDA que bajo de este monte está oprimido el cuerpo de Encélado á medio quemar por el rayo. El grande Etna pesa sobre él. Su aliento arroja llamas por los rotos hornos, y cada vez que fatigado muda de lado, sus bramidos hacen estremecer toda la Sicilia y el cielo se cubre de humo.

Esa noche la pasamos entre los bosques á causa de aquellos terribles prodijios é ignorando la causa de aquellos ruidos. No nos alumbraban los fuegos de los astros, ni la atmosfera brillaba con el esplendor etéreo. El cielo estaba oscurecido por la niebla, y una noche tenebrosa cubría la luna con su negro velo.

Pero ya otro dia salia del oriente y la aurora echaba del cielo las sombras húmedas, cuando de repente sale de los bosques la estraña figura de un hombre desconocido, de una palidez estrema, con un vestido miserable, tendiendo hacia las riberas sus manos con ademan suplicante. Nos fijamos en él: estaba todo súcio, su barba larga, su vestido apuntado con espinas: lo demás anunciaba un griego de los que en otro tiempo fueron mandados á Troya en los ejércitos de su patria. El, luego que við los vestidos Dárdanos y las armas de Troya, quedo un poco turbado y paro su marcha; mas luego corrió á la ribera y vertiendo lágrimas nos hizo esta súplica: "Por estos astros que pongo por testigos, por los Dioses, por esta luz del cielo, y por este aire que respirais, arrancadme de aqui ¡oh Teucros! y