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LIBRO TERCERO

murallas de Caullon y el navifrago Scilacio. De allí se descubre distante el Etna en la costa de Sicilia: oiamos à lo lejos el horrisono bramido del mar rompiendo las rocas, y el ruido de las olas despedazadas sobre lasriberas: los vados se cerraban encrespados y las arenas se revolvian en remolinos. Mi padre Anquises dice entonces: "Hé ahí, esta es la Caribdis, estos son los escollos, estas las horribles rocas que nos anunciaba Heleno. ¡Compañeros! huid de aqui; cargaos todos sobre los remos." Y asi lo hacen sin tardanza. Palinuro el primero, torció la rechinante proa á las aguas de la izquierda. El corvo golpe hasta el cielo nos subia, y al momento en las ondas que se precipitaban descendíamos hasta las profundas mansiones de los manes. Tres veces las rocas lanzaron sus mujidos desde las cavernas peñascosas, y tres veces vimos las rotas espumas rociar los astros.

A ese tiempo, rendidos de fatiga, el dia y el viento tambien nos abandonan, é ignorando el camino abordamos á las riberas de los Ciclopes. El tranquilo y espacioso puerto está defendido del acceso de los vientos; mas alli cerca el Etna truena entre horribles ruinas. Unas veces lanza á los aires negras pubes de humo que despiden torbellinos de betun y de pavesas encendidas, y arroja globos de llamas que tocan á los astros. Otras vomita los peñascos y despide sus entrañas arrancadas del seno de la montaña. En cada bramido echa á los aires liquidadas piedras y queda bullendo su profundo fondo. Es fama