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LA ENEIDA

velas y vuelven las proas hacia la costa. En la ribera que mira al Oriente hay un puerto encorvado á manera de arco. Rocas de uno y otro lado le conservan espumoso con la rompiente de la salada onda, y los dos peñascos cual altas torres, estienden sus brazos formando un doble muro que oculta el puerto. Cuando á él se va entrando, el templo parece que huye de la costa.

Por primer presajio miro allí paciendo cuatro caballos tan blancos como la nieve, esparcidos á lo lejos en la campaña. Mi padre Anquises esclama: "¡Oh tierra hospitalaria! Nos anuncias la guerra? Los caballos se arman para la guerra; guerra anuncian estos animales; pero algunas veces tambien se los somete á tirar los carros y å llevar mansamente el freno. Hay pues esperanza de paz”. Entonces hacemos nuestras plegarias á los santos númenes de Palas, Diosa de las batallas, que la primera en Italia nos ha recibido triunfantes de tantos contratiempos. Cubrimos ante los altares puestras cabezas con el Frijio velo, y cumpliendo los encarecidos consejos de Heleno, hicimos debidamente las ofrendas ordenadas á la Argiva Juno. Luego de concluidos por orden nuestros votos, sin tardanza alguna volvimos los cuernos de las velíferas Antenas, y dejamos estas sospechosas playas habitadas de los Griegos. Al frente descubrimos el golfo de la ciudad de Tarento edificada por Hércules, si es verdad lo que dice la fama. En la ribera opuesta se levanta el templo de la Diosa Laciniana, las