Página:La Eneida - Dalmacio Velez Sarsfield y Juan de la Cruz Varela.pdf/146

Esta página no ha sido corregida
145
LIBRO TERCERO

Ceraunio. De allí á Italia el camino por agua es muy corto. Poniase entretanto el sol y los opacos montes se cubrian de sombras. Sacando por suerte los remeros que habian de quedar en las naves, nos arrojamos en el regazo de la ansiada tierra, y tendidos sin orden en la arena, reparamos nuestras fuerzas, y el sueño baño nuestros fatigados cuerpos. La noche conducida por las horas aún no llegaba á la mitad del cielo, cuando el vigilante esplora todos los vientos y con sus atentos oidos se fija en el menor soplo. Palinuro se levanta de su cama, nota todos los astros que declinaban en el callado cielo: observa á Arcturo, á las lluviosas Iliadas, las dos Orsas, y mira á Orion armado con su alfange de oro; y cuando vio que ninguna novedad se anunciaba en el apacible cielo, dá desde la popa la inequivoca señal. Levantamos nuestros reales; partimos, y nuestros buques abren sus alas. Ya la aurora, echando las estrellas, enrojecia el cielo, cuando á lo lejos vemos oscuros collados y á la baja Italia. ¡Italia! grita el primero Acates, y á la Italia saludan mis compañeros con un grito de gozo. Entonces mi padre Anquises corona de flores una grande crátera y la llena de vino. Parado en la alta popa invoca á los Dioses. "¡Dioses! señores de la tierra, del mar y de las tempestades, dadnos un camino feliz y vientos favorables." El descado viento refrezca, y ya muy cerca se presenta el puerto, y sobre un promontorio se descubria el templo de Minerva. Mis compañeros calan las IO