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LIBRO TERCERO

metemos con nuestras armas, é invitamos á los Dioses y al mismo Júpiter å participar de la presa. Habíamos levantado asientos en la corva ribera, y comiamos los ricos manjares, cuando de repente las Arpias con horrible vuelo se lanzan sobre nosotros desde los montes, batiendo sus alas con fuertes graznidos: arrebatan la comida, é infestan todo con su impuro tacto, atormentándonos con la hediondez que dejan y con su funesta voz.

Preparamos otra vez las mesas y pusimos el ſuego en los sagrados altares, bajo la escavacion de una roca, en otro lugar distante, cerrado por todas partes de árboles y de horribles sombras: pero otra vez de otro punto del cielo, la turba bulliciosa desde sus ocultas cuevas revoleaba en torno á los manjares, preparadas sus garras, y con su impura boca ensucian toda la comida. Mande entonces á mis compañeros que tomasen sus armas para hacer la guerra á esta raza abominable. Lo hacen como les babia ordenado y en silencio y cubiertos por la yerba tienen prontas sus espadas y ocultos sus escudos. Desde que volvieron á bajar haciendo oir sus graznidos en la curva ribera, Miseno desde una alta roca dá la señal con la trompeta. Mis compañeros las acometen y traban un Quevo jénero de combate, procurando acabar con sus espadas estos inmundos pájaros del mar: pero sus plumas rechazan todo golpe y no reciben herida alguna en sus cuerpos. Su lijero vuelo las lleva hasta los astros