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LA ENEIDA

cubren el dia, y una húmeda noche nos arrebata el cielo.

Los rayos y relámpagos se suceden de las nubes despedazadas. Perdemos el rumbo y vamos errantes entre negras ondas. El mismo Palinuro no puede distinguir en el cielo, ni el dia ni la noche, ni en medio de aquellas olas reconocer su camino. Asi, tres dias erramos á la ventura en el mar, sin sol, y tres noches sin estrellas, cubiertos por una negra niebla. Recien al cuarto dia vimos al fin levantarse la tierra, descubrirse á lo lejos los montes y ondear el humo. Calanse las velas y nos ponemos sobre los remos. Los ardorosos marineros hienden á prisa las espumosas olas y corren por las azuladas aguas.

Salvado de las ondas, las riberas de las Estrofades son las primeras que me acojen. Los Griegos les dan el nombre de Estrofades á las islas que están en el gran mar de Jonia, en las cuales habitan la cruel Celeno y las otras Arpias, despues que les fué cerrado el palacio de Fineo, y abandonaron por miedo sus excelentes mesas.

Jamás monstruos mas horribles, ni ira de Dios, ni peste alguna mas cruel se lanzó de las ondas Estijias. Pájaros que tienen el rostro de una virjen: un fluido insufrible despiden de sus vientres; corvas uñas en sus manos, y sus rostros siempre pálidos de hambre.

Llegados allí entramos en el puerto: y he ahi que vemos paciendo pingües hatos de bueyes y rebaños de cabras, dispersos por los campos sin guarda alguna. Losaco-