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LIBRO TERCERO

rodillas en el suelo... diré ó callaré? Un gemido lamentable sono en lo profundo del collado, y una voz trae á mis oidos estas palabras: "¡Eneas! ¿Por qué despedazas á un desgraciado? Compadecete de los muertos. Troya no me hizo estrangero á tí; y esta negra sangre no mana del gajo de una planta. Huye de estas crueles tierras; huye de estas áridas riberas, pues yo soy Polidoro.

Aqui me clavó el hierro de mil armas, y los agudos dardos en gajos se han tornado". A estas palabras me estremezco, oprimida mi alma de un terror incierto, mis cabellos se erizan y la voz expira en la garganta.

El desdichado Priamo, cuando pió la ciudad estrechada por un sitio, y principio á desconfiar del poder de las armas de Troya, mandó ocultamente al Rey de Tracia este su hijo Polidoro con grande cantidad de dinero para que la cuidara. Polymnestor, luego que vió abatido el poder de Troya y que la fortuna nos abandonaba, siguió el partido de Agamenon, y el de las armas que triunfaban. Viola toda ley: degüella á Polidoro y por la fuerza se apodera de su tesoro. ¡Maldita hambre de dinero! ¡A qué no obligas los corazones de los mortales![1]. Despues que el pavor me hubo dejado, refiero este prodijio de los Dioses á mi padre el primero y á los jefes escojidos del pueblo, y les pido su dictámen. Todos á una voz dicen que debemos salir de esta tierra sacrilega, dejar este hospicio profanado, y hacer marchar la flota. Hicimos luego á Polidoro los funerales, y amontonamos gran