Página:La Eneida - Dalmacio Velez Sarsfield y Juan de la Cruz Varela.pdf/110

Esta página no ha sido corregida
109
LIBRO SEGUNDO

estas rejiones. ¡Adios! pues, consérvale tu amor á nuestro hijo!".

Yo lloraba, y queria responderle largamente, pero así que ella hubo dicho estas palabras me abandono y se alejó por los sútiles aires. Tres veces estendi mis brazos procurando abrazar su cuello, y tres veces la sombra, en vapo asida, huyo de mis manos, semejante á los lijeros vientos, semejante á los fugaces sueños.

Concluida la noche, vuelvo, al fin, á ver mis compañeros, y encuentro admirado un grande número de otros ouevos, mujeres y hombres, gente infeliz, pueblo reunido para el destierro, que habian venido de todas partes con sus fortunas, dispuestos á seguirme á cualesquiera tierras adonde quisiese llevarlos por el mar.

Y ya el Lucero se levantaba de la cumbre del monte Ida, y traia el dia. Los Griegos ocupaban las entradas de las puertas, y ni esperanza alguna habia de socorro.

Cedo á mi destino, y alzando á mi padre me dirijo á las montañas.