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LA ENEIDA

guardias escojidas, Fénix y el feroz Ulises. Allí estaban amontonados en desórden los tesoros de Troya arrebatados de los sagrarios incendiados, las mesas de los Dioses, cráteras de oro macizo, y los ornamentos saqueados. Al rededor de ellos, niños y espantadas madres estaban en largas filas. Me atrevi á dar gritos en aquella oscuridad. Hice resonar en las calles mis clamores, y aflijido y llorando una y cien veccs llamé en vano à Creusa. Mientras que fuera de mí la buscaba sin descanso en las casas de la ciudad, una lúgubre fantasma, la sombra de la misma Creusa, se presentó á mis ojos, de un tamaño colosal. Quedé pasmado: mis cabellos se erizaron y la voz se me atajó en la garganta. Entonces ella me habló y procuró calmar mis penas con estas palabras: "¡oh dulce esposo! por qué te place entregarte á tan cruel dolor? Estas cosas no suceden sin la voluntad de los Dioses. No te es permitido llevar á Creusa en tu compaña. El Rey del alto Olimpo no lo consiente. Largas peregrinaciones te esperan y un vasto mar que surcar.

Llegarás á las tierras de la Hesperia, alli do el Lidio Tiber corre con manso curso entre las fértiles campañas de belicosa jente. Allí te están preparados destinos felices, un imperio, y una rėjia esposa. Enjuga las lágrimas por tu querida Creusa. Yo no veré las soberbias mansiones de los Myrmidones Ó Dólopes, ni iré de csclava de las damas griegas; ¡yo hija de Dárdano y nuera de la Diosa Venus! La augusta madre de los Dioses me detiene en