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LIBRO SEGUNDO

nocidas i'ay! mi esposa Creusa, ¿por qué destino funesto me fué arrebatada? ¿Se ha parado, ha errado el camino, ó cansada se ha quedado? No lo sé, ni desde entonces mis ojos la han visto. No volvi la mirada sobre ella, ni adverti que la habia perdido, hasta que llegamos á la colina donde está el sagrado templo de la antigua Céres.

Alli al fin, reunidos todos, ella solo faltaba y engañaba el amor de sus compañeros, de su hijo y de su esposo.

Yo en mi delirio, á cuál de los Dioses ó de los hombres no acusaba? ¿Y qué de mas cruel habia yo visto en la arruinada ciudad? Confio á mis compañeros mi padre Anquises, Ascanio, y los Dioses de Troya, y dejándolos escondidos en un bondo valle, y ceñido de mis brillantes armas, vuelo á la ciudad, decidido á renovar todos los azares, á rejistrar toda Troya, y otra vez á afrontar los peligros. Llego primero á los muros y á las oscuras entradas de las puertas por donde había salido, y me vuelvo por los rastros que había dejado en la noche, rejistrándolos con mis atentos ojos. El horror y el silencio mismo de aquellos lugares, aterran mi alma. Me dirijo á mi casa, por si acaso ha ido, por si ha entrado alli; pero los griegos la habían asaltado y la ocupaban toda ella. Ya el viento revolvia el fuego asolador en las mas altas bovedas. Llamas inmensas salian de ellas y el incendio se lanzaba furioso hasta los cielos. Sigo adelante y vuelvo á ver la ciudadela el palacio de Priamo. Y ya en los porticos vacíos del templo de Juno velaban sobre el botin