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LIBRO SEGUNDO

Yo mismo buscaré la muerte por mis manos, ó un enemigo apiadado ó por llevar mis despojos me la dará. Es poca pérdida la del sepulcro. Ya demasiado he vivido de inútil peso á la tierra y odioso á los Cielos, desde que el padre de los Dioses[1] y Rey de los hombres me tocó con el viento de su rayo y me hirió con su fuego".

Recordando tales desgracias, se mantenia firme, é invariable estaba en su propósito. Por el contrario, anegados en lágrimas yo y mi esposa Creusa, y Ascanio y toda la familia, le rogamos no arrastrara con su ruina la nuestra, y que no se rindiera á los golpes de la suerte. Èl se rehusa, y está inmóvil en su asiento é inmutable en su primer propósito. Yo deseaba volver otra vez á los combates y en mi grande desgracia buscar la muerte: pues ya ¿qué consejos ó qué esperanza podia la fortuna darme? "¿Creiste, oh padre, le digo, que yo fuera capaz de huir y dejarte abandonado? ¡Y los labios de un padre han podido pronunciar injuria tan grande! Si es del agrado de los Dioses que nada quede de esta grande Ciudad; si estás siempre en el mismo propósito, y si te agrada juntar tus cenizas y las de los tuyos á las cenizas de Troya, esta puerta dará libre entrada á la muerte, pues ya Pirro se avanza, bañado en la sangre de Priamo, él, que degüella á los hijos ante los ojos de sus padres y á los padres al pié de los altares. ¡Oh, dulce madre! Cuando me arrancaste de los combates y del medio del incendio, era solo para que yo viera al ene-