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LIBRO SEGUNDO

dejado á tu padre Anquises abrumado por los años? ¿Sabes si viven aún tu esposa Creusa y el niño Ascanio? Por todas partes las falanges Griegas los rodeaban, y si no hubieran sido amparados por mi, ya las llamas los habrían devorado, ó la espada enemiga se hubiera empapado en su sangre. No es la Espartana hija de Tindaro, tan aborrecida de ti, ni Páris á quien todos culpan: es solo la inclemencia de los Dioses, si, de los Dioses, la que arruina este poderoso imperio y precipita á Troya desde la cumbre de su grandeza. Mira, yo voy á disipar la nube que tienes interpuesta cubriendo tus humanos ojos, cuya niebla eclipsa cuanto rodea. Tú no témas los consejos de tu madre, ai trepides obedecer sus preceptos. Aqui, donde ves estas moles despedazadas y estas piedras arrancadas de otras piedras, y el humo mezclado en ondas con el polvo, es Neptuno que conmueve los muros[1], y los arranca desde sus cimientos con su potente tridente y demuele á toda la ciudad desde sus bases. Alli, la implacable Juno, ceñida la espada, ocupa la primera la puerta Scea, y ardiendo en ira llama de las paves á las legiones enemigas[2]. Mira á la Tri tonia Palas subida en lo mas alto de la ciudadela, sobre una nube resplandeciente, sacudiendo embravecida su Gorgona[3]. Mi mismo padre alienta á los Griegos y les dá fuerza y valor. El mismo subleva á los otros Dioses contra los Troyanos. Huye, hijo: pon fin à tu trabajo vano. Jamás me apartare de ti, y te pondré