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LA ENEIDA

se habia escondido y estaba allí odiosa á los mismos altares[1]. Un inmenso furor se enciende en mi alma; ardo por vengar mi espirante patria y darle el castigo que merecian sus delitos. Ella, pues, decia yo, é volverá á ver á Micenas y á Esparta su patria, é irá cual reina llevada en triunfo: verá su esposo, su palacio, sus padres y sus hijos, seguida de multitud de Troyanas cautivas, y de esclavos Frigios? ¡Y eotre tanto Priamo habrá caido bajo la espada Griega, Troya habrá perecido en las llamas, y estas riberas habrán sudado tantas veces con la sangre de los Dárdanos! No será asi; y aunque ninguna gloria haya en el castigo de una mujer, oi este triunfo merezca honor, sin embargo, se me elojiará de haber dado la pena de que era digna, y haber extinguido una llama funesta. Yo mismo gozaré en saciar mi ardiente deseo de venganza y dejar satisfechas Jas cenizas de los mios.

Esto decia, y era arrastrado por mi enfurecida fantasia, cuando mi hermosa madre se me presenta á la vista, tan patente como nunca. Brillaba en la oscuridad con una luz opaca, y mostraba toda la magestad de una Diosa, tal como suele presentarse entre los inmortales. Tomándome con su diestra me detiene, y de sus rosados lábios salen estas palabras: "lijo, qué dolor tan fuerte exita una colera tan implacable? ¿Por qué este delirio? ¿Por qué te has olvidado de nuestra familia? Por que antes no mirar donde has