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EL INFIERNO. CANTO II.

Ante él están siempre muchas almas, acudiendo por turno para ser juzgadas; hablan y escuchan, y despues son arrojadas al abismo.

—¡Oh, tú, que vienes à la mansion del dolor! me gritó Minos cuando me vió, suspendiendo sus funciones; mira cómo entras y de quién te fias: no te alucine lo anchuroso de la entrada (1).—Entonces mi guia le preguntó:—¿Por qué gritas? No te opongas á su viaje ordenado por el destino: así lo han dispuesto allí donde se puede lo que se quiere; y no preguntes más.

Luego empezaron á dejarse oir voces plañideras: y llegué à un sitio donde hirieron mis oidos grandes lamentos. Entrábamos en un lugar que carecia de luz, y que rugia como el mar tempestuoso cuando está combatido por vientos contrarios. La tromba infernal, que no se detiene nunca, envuelve en su torbellino à los espíritus; les hace dar vueltas contínuamente, y les agita y les molesta: cuando se encuentran ante la ruinosa valla que los encierra, allí son los gritos, los llantos y los lamentos, y las blasfemias contra la virtud divina.

Supe que estaban condenados á semejante tormento los pecadores carnales que sometieron la razon á sus lascivos apetitos; y asi como los estorninos vuelan en grandes y compactas bandadas en la estacion de los frios, así aquel torbellino arrastra á los espíritus malvados llevándolos de acá para allá, de arriba abajo, sin que abriguen nunca la

(1) Facilis descensus Averni: Noctes atque dies patet atri janua Ditis; Sed revocare gradum, superasque evadere ad Auras, Hoc opus, hic labor est. (Æneid. lib. VI.)

Lata porta et spatiosa via est quæ ducit ad perditionem. (S. Mateo, VII.)