—Puesto que tanto quieres saber, te diré brevemente, respondióme, por qué no temo venir á este abismo. Solo deben temerse las cosas que pueden redundar en perjuicio de otros; pero no aquellas qué no inspiran este temor. Por la merced de Dios, estoy hecha de tal suerte, que no me alcanzan vuestras miserias, ni puede prender en mí la llama de este incendio. Hay en el Cielo una dama gentil[1], que se conduele del obstáculo opuesto al que te envío, y que mitiga el duro juicio de la justicia divina. Ella se ha dirigido á Lucía[2] con sus ruegos, y le ha dicho: —«Tu fiel amigo tiene necesidad de tí, y te lo recomiendo.» —Lucía, enemiga de todo corazon cruel , se ha conmovido é ido al lugar donde yo me encontraba, sentada al lado de la antigua Raquel[3]. Y me ha dicho: —Beatriz, verdadera alabanza de Dios, ¿no socorres á aquel que te amó tanto, y que por tí salió de la vulgar esfera? No oyes su queja conmovedora? No ves la muerte contra quien combate sobre ese rio, más formidable que el mismo mar?» —En el mundo no ha habido jamás una persona más pronta en correr hacia un beneficio ni en huir de un peligro, que yo, en cuanto oí tales palabras. Descendí desde mi dichoso puesto, fiándome en esa elocuente palabra que te honra, y que honra á cuantos la han oido.
Despues de haberme hablado de este modo, volvió llorando hacia mí sus ojos brillantes, con lo que me hizo partir más presuroso. Y me he dirigido á tí tal como ha sido su voluntad, y te he preservado de aquella fiera que te cerraba el camino más corto de la hermosa montaña. Pero, ¿qué tienes? ¿por qué te suspendes? ¿por qué abrigas tanta co-