El viejo, con tanta solemnidad como si fuese una reliquia, sacó de detrás de la puerta la joya de la casa: una escopeta de pistón que parecía un trabuco, y cuya culata apolillada acarició devotamente.
La cargaría él, que entendería mejor á aquel amigo. Las temblorosas manos se rejuvenecían. ¡Allá va pólvora! Todo un puñado. De una cuerda de esparto sacaba los tacos. Ahora una ración de postas, cinco ó seis; á granel los perdigones zorreros, me tralla fina, y al final un taco bien golpeado. Si la escopeta no reventaba con aquella indigestión de muerte, sería misericordia de Dios.
Aquella noche dijo Sènto á su mujer que esperaba turno para regar, y toda la familia le creyó, acostándose temprano.
Cuando salió, dejando bien cerrada la barraca, vió á la luz de las estrellas, bajo la higuera, al fuerte vejete ocupado en ponerle el pistón al amigo.
Le daría á Sènto la última lección, para que no errase el golpe. Apuntar bien á.la boca del horno y tener calma. Cuando se inclinasen buscando el gato en el interior...