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El maniquí



Nueve años habían transcurrido desde que Luis Santurce se separó de su mujer. Después la había visto envuelta en sedas y tules en el fondo de elegante carruaje, pasando ante él como un relámpago de belieza, ó la había adivinado desde el paraíso del Real, allá abajo, en un palco, rodeada de señores que se disputaban el murmurar algo á su oído para hacer gala de una intimidad sonriente.

Estos encuentros removían en él todo el sedimento de la pasada ira: había huído siempre de su mujer como enfermo que teme el recrudecimiento de sus dolencias, y sin embargo, ahora iba á su encuentro, á verla y hablarla en aquel hotel de la Castellana, cuyo lujo insolente era el testimonio de su deshonra.

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