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DE MARRUECOS.

doloroso su martirio: entonces me dediqué á hacerle fricciones secas en las estremidades, no queriendo que nadie más que yo viera aquel cuadro contagioso por imitacion.

Y era estraño contraste, por cierto, el que entonces ofrecia aquella escena, con el gabinete en que pasaba. Aquellos sofás de terciopelo, aquellos espejos y alfombras, todo aquel lujo, consagrado á la coquetería del bello sexo, se habia trocado en cámara de agonía de un suldado colérico.

Al fia pareció que la naturaleza, solicitada con los medios que para favorecer la reaccion habia yo puesto en juego, lograba contrarrestar las fuerzas del mal, y un período de calma benéfica vino á infuadirme cierta esperanza de triunfo. Pero yo no podia estar tranquilo, y á cada justante temia ver entre mis enfermos alguna otra víctima de este mal, cuando felizmente, y sin que mis temores se realizáran, el Cid dió fondo en la bahía de Málaga.

Aceleradamente salté á tierra á dar cuenta de mi comision , teniendo el honor de presentarme al General Ros de Olano, á quien despues de entregarle los pliegos del General Echagüe, que anunciaban á España la victoria del 25, hice presente la novedad ocurrida á bordo. Llamada en el acto la autoridad superior civil, se dispuso el aislamiento del colérico; y mientras yo contemplaba satisfecho cómo mis pobres heridos sentian la delicia de pisar el pátrio suelo entre músicas y vitores, y cómo el pueblo malagueño, con lágrimas de entusiasmo y compasioa, se disputaba el honor de llevar sus camillas, veía tambien otra lancha cubierta, que solitaria se deslizaba por las ondas. Era el desgraciado colérico que transportaban al lazareto, acompañado por un practicante de sanidad militar, que voluntariamente iba á encerrarse con él.