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LA CAMPAÑA

Noté que tres camillas pasaban de largo por delante de la puerta de nuestro improvisado hospital, y saliendo á cerciorarme, supe que se dirijian al cementerio; me detuve á examinarlas y ví con horror, un cabo y dos soldados ferozmente decapitados: en uno de ellos colgaba la cabeza por algunas leves adherencias, los otros dos carecian de ella.

Se necesita ser español y haber fijado los ojos en ese atroz espectáculo, para comprender toda la furibunda compasion, todo el rabioso dolor, toda la sed de venganza que se encendió en mi pecho, al mirar aquellos cadáveres, en los cuales á falta de facciones podia suponer las del amigo más querido; al ver aquellos cuerpos, que en fuerza de no tener espresion, espresaban más dolor que el velo que cubria el rostro de Ifigénia; al pensar en las supremas angustias que habian acompañado la última hora de aquellos desgraciados! Aquellos cadáveres no tenian más nombre que el de españoles ; y al ver patente la ferocidad salvaje de nuestros contrarios , al pensar que tal vez aquellas nobles cabezas serian paseadas como bárbaro trofeo ; que sus apagados ojos dirigirian desde la punta de una lanza su inerte mirada; que tal vez aquellas cabezas serian insultadas, sin que pudieran escupir al rostro de sus verdugos...... ¡0h! entonces comprendí perfectamente, por qué no teníamos prisioneros.

Poco despues vinieron otros soldados que traían en sus manos alguna cosa envuelta en un pañuelo ensangrentado: eran las cabezas de nuestros mártires, arrancadas con la vida á los caribes que entre ahullidos feroces las llevaban. Los bravos que habian lavado en sangre nuestra afrenta y castigado el crimen apenas cometido, iban piadosamente á depositar aquellas cabezas junto á sus truncados cuerpos en