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LA CAMPAÑA

presenciar tales horrores, y la muchedumbre ciega, envidia á los que vuelven coronados de laureles, sin acordarse de los desgraciados que han dejado su vida en los campos.

No, no es la apología de la guerra la que me he propuesto al relatar sencillamente las impresiones que en mi ánimo han producido sus magnificencias y sus horrores, al contemplarla por primera vez en las montañas del Moghreb. No han faltado ni faltarán voces elocuentes para cantar los brillantes episodios, los fulgurantes esplendores de la guerra; yo, por la índole misma del papel que en esta campaña desempeñaba, he procurado consignar más ese otro lado oscuro y sombrío de una campaña, esas innumerables privaciones y dolores, esas miserias y esas desgracias, esos lamentos y esos ayes desgarradores, cuyo eco débil y moribundo se ahoga entre el estruendo de los himnos que celebran el triunfo; y al dar aquí punto á estas Memorias , escritas dia por dia entre las más terribles emociones, en las cumbres del Serrallo, y en las de Benisider, en la tierra, en la mar, en las chozas de un aduar ó en la tienda agitada por el huracan, sin saber nunca si podria continuarlas, y mucho menos concluirlas, no puedo menos de repetir los votos que en otra ocasion hiciera para que, si está escrito en los decretos del Destino que algun dia se hayan de abrir otra vez en nuestra pátria las puertas del templo de Jano; si el clarin de Marte ha de sonar desde las encumbradas crestas del Pirineo basta las columnas de Hércules, si las banderas que tremoláron vencedoras sobre los muros de Roma y de Tetuán, y en los campos de Pavía y de Vad-Rás, se han de agitar ansiosas de nuevos laureles, al frente de las legiones españolas, plegue á Dios que entonces estemos de tal manera preparados, que no se vea nuestro ejéreito diezmado