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LA CAMPAÑA.

dos gentiles hombres de raza blanca, y uno de los cuales hablaba bien el castellano, que vestian un magnífico traje griego de paño negro bordado de oro en todas las costuras, y llevaban á la cintura hermosos revolwers del sistema Adams.

Todo se nos volvia preguntar á los moros quién era aquel personaje, y unos nos decian que era un scheriff, otros que un santo y yo vine á comprender en último resultado, que era un descendiente directo del Profeta ó de Alí, que ocupaba en la costa de Marruecos la alta jerarquía que sus riquezas y nacimiento le daban, sabiendo tambien que habia hecho un viaje á París, donde habria adquirido la modificacion europea de su traje y servidumbre.

Sea lo que fuere, los moros le consideraban con un respeto estraordinario, y nosotros vimos con sorpresa á muchos ancianos jefes de kabila, arrodillarse á sus plantas, para besar la orla de su caftán, sin que él se dignára dirigir una mirada siquiera á los que tan rendido homenaje le tributaban. Profunda compasión me inspiró el espectáculo de esta antropolatria, de esta adoracion á un hombre que, ni por su edad ni por su aspecto, manifestaba haber contraido méritos personales que en manera alguna le pudieran hacer merecedor de esas ni de mucho menores honras.

Mientras duraba la conferencia, que fué larga, anduvimos mezclados moros y cristianos en amigable consorcio, y no nos faltó ocasion á los médicos del cuartel general, de dar algunas consultas, sirviendo de intérprete, ora el alcalde de Tetuán, ora algun otro moro que conociera muestro idioma, hasta que al caer la tarde salieron los jefes de su tienda, y estrechándose por última vez la mano el Duque y el Kalifa, unos y otros montamos á caballo, y salimos en opuesta di-