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DE MARRUECOS

pesar de todo continuaba completamente inmóvil. ¿Se habria cometido allí algun Crímen?....

Al cabo nuestros ojos, habituándose á La oscuridad, pudieron percibir á un moro que, envuelto en su chilaba gris, estaba allí recostado. Despues de hablarle largo rato, sin obtener resultado, se decidió á respondernos con voz apagada, que al salir de aquel antro resonaba más lastimera. ¿Quiéres galleta? Le digimos y él respondió: «galleta no», ¿Pues qué quieres? repetimos, y la voz dijo: «morir.....»

Convencidos de que aquel hombre no saldria de allí voluntariamente, salimos al camino, esperando encontrar algun acemilero que pudiera facilitarnos cuerdas con que bajar al pozo; pero la fortuna nos sirvió mucho mejor, haciendo que los primeros que pasáran fueran dos árabes de Argel de los que habian venido para cuidar de los camellos.

Pronto entablaron un animado diálogo con su correligionario de la sima, quien decia que cansado de la vida, se habia metido allí resuelto á dejarse morir de hambre. Es un sábio, nos decian los argelinos, y habrá leido muchos libros, añadia filosóficamente uno de ellos. «Si eres pobre, le decian, sal, que los españoles te darán pan;» pero él se resistía á todos los ruegos, y fué preciso que uno de los argelinos, ágil como una pantera, bajára al subterráneo, y casi por fuerza le ayudára á salír, cosa que por si solo no hubiera logrado nunca, segun estaban de abatidas sus fuerzas.

Cuando salió á la luz del dia, vimos á un árabe de edad madura, cuyo rostro pálido y demacrado revelaba profundos padecimientos: quisimos socorrerle con algun dinero, más no lo consintió de manera alguna, aceptando únicamente el pan que le ofrecían los de Argel: instámosle tambien para que viniera á nuestro campamento, pero él supli-