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LA CAMPAÑA

rescos kioscos, los setos de cañas entrelazadas, habian sido pasto de las llamas, y solo se ostentaba sobre aquellas solitarias ruinas el cráneo de caballo que puesto en un palo, sirve, en el entender de los pueblos mahometanos, para preservar á los lugares de toda desgracia ó maleficio.

Cuando pasábamos por aquellos verdes prados donde brillaban las lustrosas corolas del boton de oro; cuando al pié de un kiosco arruinado , encontrábamos un rosal ó algunos alelíes, señalando que ahí había existido una mujer, no podia menos de sentir una vaga melancolía, y pedir á Dios que nunca veamos la guerra por nuestro país.

Sin embargo, uno de estos paseos me presentó una aventura en que tuvimos ocasion de hacer una buena obra, siendo instrumentos de la Providencia para salvar la vida de un hombre. Iba aquella tarde con otros facultativos, los Sres. Bernard, Usua y Boix, por los llanos que delante del cuartel general se estendian á la izquierda del camino de Tetuán , cuando nos detuvimos á contemplar la sorprendente feracidad de una higuera gigantesca, que casi tenia más frutos que hojas, citándonos el Sr. Bernard lo que Caton habia dicho de las higueras del África. Hubiéramos pasado de largo, si al notar que su tronco estaba encerrado entre dos arruinadas tapias, que tal vez en lo antiguo serian una casa, no hubiéramos observado que debajo de estas ruinas se abria un pozo rectangular, en cuyo fondo se distinguian dos arcos de piedra, que daban sin duda entrada á dos galerias subterráneas. Todos nos inclinamos á creer que aquel seria alguno de los silos, donde los árabes guardan sus granos, y ya íbamos á alejarnos, cuando creí vislumbrar en la sombra de la galería una forma humana tendida en el fondo. Inútil, fué llamarla y tirarla piedrecitas, pues á