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24 LA CAMPAÑA

branni tienen graneros, y que Él es quien viste, con más lujo que el de Salomon en su grandeza á los lirios de los campos.

El cargamento del buque guardaba armonía con la índo- le de sus pasajeros; consistia en millon y medio de cartuchos de fusil, que á popa y á proa llenaban la cala, en cuyo cen- tro ardian las hornillas del vapor: ibamos, pues, al borde de la catástrofe más espantosa; estábamos á dos minutos de la eternidad; pero poseidos todos de mayores ideas, no nos de- tuvimos á parar miéntes en ese peligro problemático, cuan- do tantos mas seguros nos disponíamos á arrostrar, ni nadie perdió el sueño por la idea de dormir sobre un volcan.

Habia llegado la hora de zarpar y el vapor exhalaba su vibrante silvido; oíase el monotono y melancólico canto de los marineros que levaban el ancla, acompañado por el intercadente estridor de la cadena, cuyos eslabones recojian: todos estábamos reclinados sobre la barandilla de popa, com- templando por última vez á la madre pátria: el sol sepulta- ba en el seno de Anfítrites su radiante disco, y sus postrime- ros rayos iluminaban con purpurinas tintas las rocas calizas , donde se asienta el castillo de Santa Bárbara, á cuyos pies descansa Alicante. El mar estaba terso y unido como la su- perficie del cielo, y entre la neblina crepuscular empezaban á brillar dos luces en ambos estremos de lá media luna que for- ma el golfo; eran los faros del Cabo Huertas y el de Santa Pola.

Entonces llegó á nuestros oidos el tañido de las campa- nas de Alicante, como si fuere la voz de la ciudad que nos daba su Adios! era el Angelus, era la oracion de la tarde, porque estábamos en la hora poética del Ave Maria: «Ave Maria en la tierra y en los mares, la mas celeste de las horas es dignade ti ¡Oh Maria!» estrofa CI del canto 1IdelD. Juan.