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II — El Huerto de las Hesperides

»Y al hacerse mención de sabios y de esforzados y diestros guerreros, volveránse los ojos hácia donde nace el sol, y quizá olviden, haciendo gala de inspiración los nuevos maestros, que más de una lumbrera del mundo tuvo su orto en Occidente.


»Mas no: los mares que nos sepultan difundirán por los siglos, con áspero y bronco lenguaje, la gloria de los que dejamos el Egipto en el magisterio del mundo, pues antes de que Grecia existiera ya eramos aquí gigantes.»


»Cuando un héroe, de fornidos hombros y blonda cabellera, estruje con su planta al guardián del jardín, entonces para todos vosotros se ensanchará mi fosa.» ¡Ay! el guerrero que previó nuestro padre, vedle aquí.


Vedle, ya llega; contigo el leñador la emprende, oh atlántica estirpe, comiénzate á desgajar; tierra que la nutres de tu savia, poca has ya de darle, que al árbol y á ti viene á cortaros á cercén.


En sueños hemos visto á nuestro padre: visto le hemos soltar al jardín, cuyas rosas éramos, los caballos de Neptuno, mientras el Dios lo socavaba con forzado tridente. Sueño fué; no obstante, crujen ya sus playas y sus cumbres.