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II — El Huerto de las Hesperides

»De Libia extirpamos Arpías y Amazonas, azorándolas como á gorriones ariscos; con sangre de las Gorgonas teñimos sus arenales, garfeando, para descabezarlas, sus duras greñas de sierpe.


»Rompimos los Pirineos, los Apeninos y los Alpes; cuando el corazón nos dijo: «basta de guerra y carnaje,» ¡infelices! ya teníamos el África y la Europa uncidas á nuestros pies, como dos becerros al yugo.


»Y así hasta la cima (¡mas todo al alcanzarla se derrumba!). Á fuego y sangre acorralónos Atenas hacia acá, y, al vernos en retroceso, resonó la Atlántida á manera de fosa bajo nuestra férrea planta.


»Húndese mi imperio, que tantos ha derribado; aquél que despertó á nuestro paso por Oriente, con nuevo soplo vital, dará al viento nuestros huesos, nuestras cenizas y nuestro renombre.


»Mañana los claperes y dólmenes alzados por nuestras manos, cual hijos bastardos, no sabrán pronunciar nuestro nombre; responderán tan sólo «rastro somos de unos gigantes que fueron» á los siglos que indaguen nuestro origen y nuestra existencia.