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II — El huerto de las Hesperides

Mas ¡quién, tan hermosa al verla, lo dijera! en su solaz, cáncer de negro pecado corroe sus entrañas, y, entre los corruptos, purulentos humores que desprende, el sol vanamente la buscará mañana en su lecho.


Hacia el huerto ábrese paso por entre odorífero boscaje; despavoridos huyen los búfalos y los feroces leones; y, cuando por vez tercera asoma á sus espaldas risueño el día, de luz vestido álzase el oasis de verdor.


Y, corona formándole, divisa en breve amarillear las seductoras naranjas de oro, cual si cada una fuese nuevo rutilante sol, saliendo de las oleadas del aire á deslumbrar el mundo.


Acércase por entre setos de arrayán, y ya las auras, embebidas en miel, acarician sus sienes; percibe suaves murmurios de fuentes y blando follaje, y ve que en pluvia de pedrería los cielos se deshacen.


En filas los cinamomos y los enhiestos cidros, combándose al dulce peso de su flor temprana, enlázanse en umbrosos y verdes pórticos, en los que acecha el rayo del alba por entre rejas de aurífero fruto.