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II — El Huerto de las Hesperides

No teme de las cinco bocas del Ebro los formidables sorbos; y, al vislumbrar á lo lejos las almenadas Columbretes, pregunta á su arma férrea si los deformes gigantes que ayer dejó cadáveres en tierra reaparecen en la mar.


Más allá divisa la fructífera margan del Turia, hoy fragante guirnalda de la ciudad del Cid, y cuentan que percibió en las islas dulces cánticos, cual si ninfas le llamasen á su lecho de espumas.


Deja el Montgó de torvo aspecto, y la montaña que la espada de Roldán tajara en dos; de Murcia y Almería los picachos, y, rey de las Españas, el prominente Muley-Hacen con su turbante de nieves.


Cerca de donde alindan África y Europa, salta en tierra, y, vuela á embestir en Gades á Gerión el vaquero, el cual, atemorizado al verle llegar, alta la clava, á sus plantas postrándose, enlabiador le dice:


— Águila de los héroes: contempla las lágrimas que derramo: ¿tu postrer hazaña será darme la muerte? Á ti me doblego; detén, si te place, la diestra que idolatro, ¿Se te antoja mi corona real? Aquí la tienes.