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I — El incendio de los Pirineos

Al deshacerse el litarge en aljofaradas madejas, mézclase el preciado oro en copos de gualda espuma, y descienden de ribazo en ribazo, guiados por el íris, á travesear, cual niños, á los pensiles catalanes.


Así, cuando floran la malva y el romero, rosada miel de colmena viértese en las campiña; y así al despertarse, riente el sol, tras la alborada, con su rubia cabellera enmanta los cielos.


Con él ciñéronse los montes, coronáronse los valles, avergonzando con su brillo el de las trémulas estrellas; con nueva lluvia de rosas enjoyáronse los rosales, y con nuevo rocío de oro, acebos y tomillos.


La pirenaica Venus puso nombre á Portvendres, el abrasador incendio al antiguo Pirene, y, al cuajarse el virginal líquido en cuenco de esmeralda, dió á Conflent aun más agraciado nombre.


Cuando los lacrimosos levantes fueron, con sus rociadores de nubes, apagando el monte, en su cúspide, bañada por el albor del naciente día, depositó las cenizas de Pirene, embeleso de su corazón.