Página:La Atlantida (1886).djvu/65

Esta página ha sido validada
65
I — El incendio de los Pirineos

Temeroso quizá de que un día recuperase el trono, quemó, para abrasarme, las selvas circunvecinas, y, al ver cerrado el cerco de llamas, emprende el Camino de Gades, con sus tardas vacas por delante.


¡Espiro! Heredera soy de sus aldeas y rebaños: si te placen, de ellos te hago merced, suplántale acucioso, de Túbal vindica el nombre, y es tuya su corona; quiera el Omnipotente agrandarla en tus sienes!—


Dice, y la muerte, con frío y helante beso, petrifica y deja para siempre mudos sus labios, y junto al yerto cadáver llora y gime el griego, como árbol al que tronzaron las ramas florecientes.


Mas ya, enrojecidos por el fuego, estallan los montes, y por horados y espeluncas, hileras de volcanes escupen los derretidos tesoros de sus entrañas, que las verdeantes planicies aparan en su falda.


Y las volcadas ánforas manan hasta agotarse auríferos arroyos de virginal fulgor; por él, al verse atestado el cielo de chispas y de humo, diera el de los luceros que rutilan en su fondo.