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I — El incendio de los Pirineos

Cada cual voló á su rama del mundo; Túbal á España, eligiendo el más feliz de los reinos de su padre, y, donde Tarragona se tiende, edificó una choza, que allí campos y riberas le evocaban recuerdos de su Edén.


Leyes dió á su prole; nutrióla con doctrinas salvadas del naufragio en el seno del arca, y grabó en su alma el nombre de un Dios Altísimo, á Él dirigiendo las nacientes alas del corazón.


De mano en mano, rodando los siglos vino el áureo cetro á las de mi padre idolatrado; cuando, por mala ventura mía, la tirana muerte le arrojó de trono tan magnífico que el mismo sol pudiera haber bajado á relevarle.


Sola quedando yo de tan regia estirpe, viene á España, cual leñador al árbol caído, Gerión el tricéfalo, de los repugnantes monstruos que esconde la candente Libia, el más odiado y feroz.


Al verme débil mujer, me roba el cetro de mis mayores, fortifica con torres la mercadera Gades y al darte á ti, Gerona inmortal, otras de firmeza mayor, supo la angostura en que, perdida al verme, me oculté.