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I — El incendio de los Pirineos

Ramal de un abrasador torbellino de brasas, anega el valle con sus aldeas, la sierra con sus pinares; hasta los marinos linderos, plateada franja de España, las rugientes olas disputan á los mares.


Impele por el atajo hircos, gamos y tejones: enróscase en las honduras, del llano brinca al cerro, derrumba por la vertiente la peña que se asoma, y á rastra se la lleva, en carbón y cenizas convertida.


Y el entre Francia y España almenado muro de roca, vestido de nieve y tempestades, alcanza, cual brazo de Dios, el estrellado toldo de damasco azul, cabalgando en el otro horrible Pirineo de brasas.


Diríase que la serpiente monstruo, simulando un cometa, se enarbolaba, del incendio en alas, al cielo de safir, ó que para asaltarlo se subían en hombros sarmentosos demonios, escoria de los lóbregos antros.


Al atestarse de bote en bote de humareda los espacios, y al fundirse con la ardentía de cabo á cabo la cordillera, bajo el manto de llamas azotadas por el huracán, dolorida como un corazón gimió la tierra.