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I — El incendio de los Pirineos

De un lecho de perlas he visto alzarse Iberia y Nápoles; he visto el Sahara, Grecia y Egipto del mar en el fondo; he visto la ola que hoy me cubre, jugueteando sobre Siberia, y, espinazo de Europa, erizarse los Alpes.


Giganta yo, apuñaba cual mano de Dios el orbe, con Atlas, Sierra Estrella y los Pirineos por dedos; mas una noche, sus fauces abriendo, sepultóme el negro abismo, y los cuatro elementos danzaron á una sobre mi seno.


¿Y vosotras? vosotras, abriendo los ojos al sol, echáis sobre mí la mar que os envuelve, y, como huérfanas de madre sonriendo en la cuna, me dais por mortaja vuestros pañales de espuma.


¿Qué importa que hoy el divino Platón muestre á la historia mi nombre escrito con astros en los linderos del cielo ¡ay de mí! si ya perdisteis, ingratas, mi recuerdo, y para siempre me abruma la inmensidad del mar?—


¡Señor de las venganzas, infundid aliento á mi canto, y referiré el terrible golpe que, arrojándola al fondo, hizo que rebosaran los anchurosos Mediterráneo y Atlántico y desunieran los mundos!