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I — EL INCENDIO DE LOS PIRENEOS

Acá luchaban titanes, allá florecían ciudades; cánticos de vírgenes y gorjeos de pájaros por doquiera; hoy en marmóreos palacios congréganse las focas, y de algas se visten los prados do pacían los corderos.


Aquí extendió sus márgenes el hesperio continente; qué mares ó qué tierras fueron sus confines, no hay quien lo sepa; el sol, empero, que de una ojeada mide el hemisferio, fué pequeño para contemplarlo á su sabor de cabo á cabo.


Era el yugo de oro que unía las tierras ponentinas, y, corazón de todas, cual fuente del paraíso, dábales á beber claras argentinas aguas, y en sus inmensos brazos dormía feliz el mundo.


Por él, cual por anchuroso puente, trasmitíanse, en alas de perenne mayo, sus crías y sus simientes; aves de pintado plumaje y de dulcísimo trino, aromas, cánticos, tesoros.


Atlas fué su rey; aquél que de la azulada bóveda transportó los signos á una esfera de jaspe, y del sol y del astro que más lejano gira explicó la misteriosa y armónica danza.