Tragáronse las aguas naves y cargamento, que con ellas los tiburones compartieron; entre guerreros mil, sólo el más joven subsiste; á flor de agua divisa una tabla; mas, al extender el brazo para asirla, nueva y espumante oleada le sepulta.
Braceando mide el abismo, diestro resurge montado en un trozo de mástil, que rige como corcel según le place, y se lanza al embate de las olas, cual viejo pastor á sus hatos de acorneadores bueyes, que el Ter abreva.
Oliscan los cetáceos humana carne, que á la vez pide el águila marina, emparejada con el cuervo; doquiera asáltanle recuerdos del naufragio, y á cada paso nuevo abismo le resorbe; ¿quién le liberará de sus fauces? sólo Dios.
En la cumbre de un promotorio roído por las olas que á su pie se arrastran, huyendo la vanidad del malvado mundo, moraba una anacoreta de barba blanca,