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X—LA NUEVA HESPERIA

Rota la cadena de sus gigantes proezas, aquél para quien la tierra fué campo de sus hazañas, haciéndole de todo grata ofrenda, aun sin conocerle, juró que el Dios de Túbal sería el de sus nietos.


Y lo fué; que cerca de Gades alzáronle un gran templo, entre cuyas ruinas duerme el Atlántico; y allí, con su clava y sus cenizas, bajo el ara santa del ignorado Dios, guardaban su memoria.


Su retablo, esperándole, no ostenta imagen alguna; mas, á los fulgores de la sacra é imperecedera llama, léense los trabajos de héroe en las ramas de un olivo de oro, que tiene esmeraldas por hojas.


Cuando el Olivo celestial florecia en el Calvario, el templo cayó de hinojos ante su Dios, que por altar quiso la tierra, y por sagrario ¡oh venturosa patria mía! eligió tu corazon.


Que antes que á tu Dios ¡oh España! han de arrancarte tus sierras, pues raíces tiene en el mundo tan hondas como ellas; podrán enjugarse tus ríos, descender al mar tus campiñas: nunca cerrarse en ti la pupila del sol que no conoce ocaso.