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X—LA NUEVA HESPERIA

Para coronar tan gigantesca obra de cíclopes, plantó, de Barcino en el centro, un plácido vergel, sobre pilares, en la cumbre del Táber, cuyas ruinas aun llevan escrito en la frente el nombre de Paraíso.


Cuentan que, al declinar de una tarde huracanada y tempestuosa, percibió la voz que le llenara en Calpe de terror sublime; mas no ya rodando pavorosa como el carro del trueno, sino suave y queda como un suspiro de amor.


—Soy,—le dijo,—el que te llevó del brazo, cual á un tierno niño, á descuartizar y romper la Babel occidental; yo quien la encendió con la chispa del rayo, cuando alzóse en guerra contra el cielo, trepando de nube en nube.


Yo quien enrasó sus cúspides con sus marismas, quien puso monstruos y Titanes por escabel de tus dedos es la clava, eso fuiste tú; la clava de mis manos.—


Lo escucha el héroe, de entre sus dedos se desliza la ferrada, y falto de vior, siente helarse y titilar sus huesos; árbol añoso que ve caer sus ramas y su corteza al beso del mismo viento que un tiempo le hiciera florecer.