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X—LA NUEVA HESPERIA

Soy local hierba arrancada de su maceta; márgenes tengo, y sol, y sombra, y auras y capullos; mas, sin el beso del aromoso céfiro que me mecia, ¿qué podré hacer, decidme, más que llorar y morir?—


Murió; y, de la carcel del cuerpo libre su espíritu, voló hacia el grupo de sus hijas las Pléyades, en derechura á los admascados auríferos pórticos del alba, desde donde, condolidas, tiéndenle la mano.


Sollozando las restantes, contemplan como la paloma, en hora temprana, se remonta más y más á los cielos; al disiparse luego la niebla de lágrimas que lo velaba, ven parpadear un astro.


El Héspero, que suele abrir los párpados de la Aurora antes de que, deslumbrado, cierre los suyos; y al anochecer parece que siembra en los cielos estrellas á granel, siguiendo el rastro del ya tramontado sol.


Porque marca, al ponerse, la hora de los ensueños y ternezas en el argentado hemisferio, cuadrante del Creador, y es de mirar dulcísimo, diéronle los poetas el agraciado nombre de Venus, diosa de amor.