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X—LA NUEVA HESPERIA

—Voy,—dice; y despierta en brazos de otro esposo; reconoce el tierno retoño donde colgó la lira; y al considerarlo testigo de sus abrazos maternales, y de sueños y solaces infantiles, lanza un suspiro.


—¡Oh rama cimera del árbol!—le dice,—que me viste nacer regálame con tu sombra hast morir; yo haré que crezcas de mis lágrimas al riego, y escucharás compasiva mi último suspiro.


Mientras me reclino bajo tu verde caballera, abriga con renacientes hojas mi corazón desnudo, que yo, tallo trasplantado á extranjera playa, no sé ¡ay de mi! arraigar ni reflorecer como tú.—


Creció el árbol; y, en breve, de sus tiernas ramas desprendiéronse, en racimos, puros y blancos azahares, y, apiñadas entre el verdor, amarillearon hermosas naranjas, como, de esmeraldas en cielo, lluvia de áureas estrellas.


Pronto sus reteños tejieron espeso y verde manto para España, bordado de flores mil; y, con sus pájaros, murmurios, aromas y cánticos, renació, aunque sin las Hespérides, su malogrado jardin.