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IX—LA TORRE DE LOS TITANES

Si alguna de sus esposas, que con su hijo va de ellos detrás,—¿qué hacéis?—horrorizada les pregunta; garfean su esponjoso cabello, verde de coraje, y, al cielo lanzándola,—Vuela con él,—le dicen,—si de Dios eres.—


Allí volearon barracas, embarcaciones y fragmentos de torre, que montañas son si en tierra caen, é islotes si en el mar; abrigaderos en que las focas un tiempo se revolcaron, y picos de que colgaban sus nidos los aguiluchos.


Serranías linderos del reino, arrecifes y promontorios, cruzaron por los aires, dejan en soledad la tierra; en su vuelo chocan zócalos con cimborrios, y el agua desciende a las cúspides de los volcados peñones.


Y topándose en los altos cielos las cumbres de las montañas con sus raíces, y estas con los astros, caen de nuevo en lluvia de crepitantes moles, y parece que, desquiciado el universo, se reduzca a escombros.


En tanto torbellino, en alas de las Furias, juega con los témpanos de tierra que el mar veces cien aprenso, y todos aúllan cual lobos, en lo más espeso del bosque, al no dar con el corderillo cuyo rastro percibieron.