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IX—LA TORRE DE LOS TITANES

Ya forman sólo una sierra el Pirineo y el ramificado Atlas, uno escabel del otro, peñon sobre peñon ; y Ábila y Calpe, cascos y restos de la Atlántida, cabalgan confundidos.


Y ellos, en la cima, los unos sobre el dorso de los otros, escalonan olmedas, cerros y nubs, y, cerca ya de la estrellada cúpula del firmamento, alzan, para asirse de ella, sus brazos giganteos.


¡Ira de Dios! ¿duermes acaso? ¡Oh no! que á tu ráfaga la torre de férrea raigambre despide de sí su carga, cual sacude la suya de fruta y hojarasca la encina resecada por el fuego del cielo.


Atiérrase el humano castillo desde la cumbre con bloques alzada, derrumbándose en horrible cascada, del alto cielo á la tierra, de la tierra al mar, de monte en monte trastumbando hasta los antros.


Al caer en el profundo pozo del abismo, se desgreñan y se abollan la frente herida del rayo, y, entrelazándose á guisa de enroscadoras serpientes, híncanse los venenosos colmillos y los uñosos dedos.